«La fuerza del alma está en sus poderes, en sus pasiones y en sus facultades. Si la voluntad las dirige hacia Dios Padre y las mantiene alejadas de todo lo que no es de Dios Padre, el alma guarda toda su fuerza para Dios, pues ama verdaderamente tanto como puede, del mismo modo, como el Señor lo manda. Buscarse a sí mismo en Dios, es buscar las dulzuras y las consolaciones de Dios, mas esto es contrario al amor puro de él, puesto que es un gran mal tener presente los bienes más que a Dios mismo. Hay muchos que buscan en Dios sus consuelos y en sus anhelos. Hay quienes desean que su Majestad los llene de sus favores y sus dones, pero el número de los que pretenden complacerlo y darle alguna cosa en nombre de un amor agradecido, son muy pocos.
De hecho, hay muy pocos hombres espirituales, incluso, entre los que uno piensa que están muy adelante en esta virtud, en quienes creen que consiguen una perfecta determinación para realizar el bien. Sin embargo, estos son quienes jamás logran brillar enteramente sobre el mundo, procurando amar solo lo que se dirá o se pensará de ellos, cuando, en realidad, se trata de cumplir por puro amor a Dios Padre las obras de perfección y de desprendimiento. El que no quiere ni ama a Dios, solo anda en tinieblas, pobre y privado de luz que pueda revelarse ante sus propios ojos. El alma, que en medio de las sequedades y abandonos conserva siempre su atención y su solicitud en servir a Dios Padre, podrá sentir pena y temor de no llegar al fin, pero, en realidad, ofrecerá a su Creador un sacrificio de un muy agradable sentir, pues haciendo esto, estará entregándole su propio espíritu.»